El Padre de Estrategia Aire-Tierra: John Frederick Charles Fuller.
Por Kelder Toti.
John Frederick Charles Fuller nació en 1878, en Chichester, West Sussex, Inglaterra. Posteriormente se traslada a Lausana con sus padres, a la edad de 11 años regresa nuevamente a Inglaterra esta vez solo, en donde permanece por un periodo de tres años en espera de asistir a colegios de alto nivel. A los 14 años ingresa al colegio Malvern College y, más tarde al Royal, Academia Militar de Sandhurst donde permaneció de 1897 a 1898. Luego de terminar sus estudios es asignado a comisionado en el 1er Batallón de la Infantería de Oxfordshire Luz (la antigua 43a ), y sirvió en Sudáfrica desde 1899 hasta 1902.
Fuller era Mayor General del ejército británico, historiador militar y estratega, destacado a través de la historia como uno de los primeros teóricos modernos en la guerra de blindados, incluyendo la categorización de los principios de la guerra. También fue el inventor de la " luna artificial ".
Trayectoria militar
En la primavera de 1904, Fuller es enviado con su unidad a la India, donde contrajo la fiebre tifoidea en el otoño de 1905, regresa a Inglaterra, por un periodo de descanso de un año. Tiempo en el cual conoce a una muchacha y se casa con ella en diciembre de 1906. Regresa nuevamente a la India, donde es reasignado a las unidades de Inglaterra, que actúa como ayudante en la segunda compañía de Voluntarios del Sur de Middlesex, en donde se le asigna la misión de formar el 10 de Middlesex, en este tiempo es aceptado a trabajar en la universidad de Camberley. Donde estuvo por un periodo de Agosto de 1913 a Enero de 1914.A inicios de la Primera Guerra Mundial, se encuentra en el cargo de oficial del Estado Mayor de las Fuerzas de Inglaterra, a la vez desde 1916 en la sede de la ametralladora del Cuerpo de Poder pesado, que luego se convertiría en el cuerpo del tanque.Posteriormente planea el ataque con tanques en Cambrai en 1917 y las operaciones de depósito de las ofensivas del otoño de 1918. Ese mismo año ocupó diversos cargos directivos, en particular, como comandante de una brigada experimental en Aldershot. En la década de 1920, colaboró con el joven BH Liddell Hart en el desarrollo de nuevas ideas para la mecanización de los ejércitos.
Aunque lo llevo a ser conocido fue el "Incidente de Tidworth", posteriormente rechazó el cargo del comando de la Fuerza Mecanizada Experimental que se formó en 1927. Aunque tuvo la responsabilidad de estar al frente de una brigada de infantería regular y la guarnición de Tidworth en la llanura de Salisbury. Fuller pensaba que no podría dedicarse a la fuerza experimental y el desarrollo de las técnicas de la guerra mecanizada sin personal adicional para que le ayuden con los deberes adicionales pertinentes, lo que la Oficina de Guerra se negó a asignar.
Sus ideas sobre la guerra mecanizada continuó siendo influyente en el período previo a la Segunda Guerra Mundial, irónicamente, más con los alemanes, en particular, Heinz Guderian, que con sus compatriotas. En la década de 1930, la Wehrmacht implementado tácticas similares en muchos aspectos para el análisis de Fuller, que se conoció como Blitzkrieg. Al igual que Fuller, los profesionales de la Blitzkrieg, en parte basaron en su enfoque la teoría de las áreas de actividad enemiga grandes debía ser evitada a tiempo rodeada y destruida.
Las tácticas Blitzkrieg fueron un estilo utilizado por varias naciones a lo largo de la Segunda Guerra Mundial, en su mayoría por los alemanes en la invasión de Polonia, Europa Occidental y la Unión Soviética. Mientras que Alemania, y hasta cierto punto los aliados occidentales, aprobaban las ideas de Blitzkrieg, estas no fueron utilizadas por el Ejército Rojo, el cual desarrolló su doctrina de la guerra blindada sobre la base de operaciones profundas. Este tipo de operaciones fue desarrollado por los teóricos soviéticos militares, entre ellos el mariscal MN Tujachevski, durante la década de 1920 sobre la base de sus experiencias en la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil Rusa.
Retiro militar
En su retiro en 1933, e impaciente con lo que él consideraba la incapacidad de la democracia para adoptar las reformas militares, Fuller se involucró con Sir Oswald Mosley y el movimiento británico fascista. Como miembro de la Unión Británica de Fascistas se sentó en la Dirección Política del partido y era considerado uno de los más cercanos aliados de Mosley.En las elecciones generales de 1935 Fuller se opuso al ministro de Relaciones Exteriores y futuro primer ministro Anthony Eden. También fue miembro de la clandestina ultraderecha grupo de la Liga de los países nórdicos. El 20 de abril 1939 Fuller fue un invitado de honor a Adolf Hitler al desfile por su cumpleaños número 50, en donde pudo apreciar durante tres horas el ejercito mecanizado completo.
Luego Hitler le preguntó: "¿Espero que este satisfecho con sus hijos?" Fuller dijo, "Su Excelencia, han crecido tan rápidamente que ya no los reconozco". Fuller fue un escritor vigoroso, expresivo y obstinado de la historia militar y de las predicciones de polémica sobre el futuro de la guerra.
Teorías militares
Fuller es quizá más conocido hoy por su "nueve principios de la guerra" que han formado la base de gran parte de la teoría militar moderna desde la década de 1930, y que fueron derivadas originalmente de una convergencia de intereses místicos y militares de Fuller. Estos nueve principios pasaron por varias iteraciones, Fuller declaró su significado...
"... Se reduce a
tres grupos, los principios de control, la resistencia y la presión, y
finalmente a una ley, la ley de economía de la fuerza. Así, el sistema
desarrollado a partir de seis principios de 1912 se elevó a ocho en 1915, que, prácticamente, diecinueve en 1923, y luego descendió a nueve en 1925, con la ventaja añadida de que estos nueve se pueden combinar en tres, y la ley los tres en uno..."
Los nueve principios se han expresado de diversas maneras, pero en 1925 Fuller los represento de la siguiente manera:
- Dirección
- La acción ofensiva
- Sorpresa
- Concentración
- Distribución
- Seguridad
- Movilidad
- Resistencia
- Determinación
Fuller también desarrolló la idea del factor constante táctica, que establece que toda mejora en la guerra está marcada por una mejora de venta libre, causando la ventaja a cambio de ida y vuelta entre la ofensiva y la defensiva. Experiencia más completa de primera mano en la Primera Guerra Mundial en la cual se produjo un giro de la capacidad defensiva de la ametralladora que el poder ofensivo del tanque.
Fuller fue un escritor prolífico y escribió más de cuarenta y cinco libros. A continuación damos una pequeña selección de sus obras.
Influencia en los Estados Unidos:
Objetivo, ofensiva, concentración, economía
de fuerza, maniobra, unidad de mando, seguridad, sorpresa, sencillez.
Los Principios de la Guerra en el Ejército de EE.UU., 1993
Por
el momento, el Ejército de Estados Unidos no tiene solamente un
conjunto de principios aplicables a la conducción de operaciones
militares, sino que cuenta con dos. El primero comprende los nueve
principios tradicionales, estudiados por última vez en el año 1993.
El segundo identifica los principios pertinentes en las operaciones
de no guerra. La primera lista se estrenó oficialmente en documentos
producidos por el Ejército en el año 1921 (admitidamente, en una
forma un tanto distinta de la actual); los principios de las
operaciones de no guerra fueron introducidos en el Manual de Campaña
Operaciones,
en la versión publicada en 1993. Aunque los principios de la guerra
han asumido un aspecto de permanencia, muchos soldados y civiles han
cuestionado su validez a través de los años, convencidos de que
factores tales como son las armas nucleares, un entendimiento más
cabal de la guerra irregular o la aumentada influencia del público y
de los medios de comunicación, han vuelto incompleta o incluso
obsoleta la lista comúnmente aceptada de principios. En realidad,
los principios se han modificado, pero los cambios han sido de menor
trascendencia. En un ejército en el cual el cambio es la norma, los
principios de la guerra han permanecido generalmente intachables.
No obstante, este sentido de permanencia es
engañosa, por cuanto los principios de la guerra actualmente en
vigencia tienen una historia voluble. Incluso su enumeración en una
lista corta, con una descripción concisa de cada uno, es un fenómeno
netamente del siglo XX. Así como señalara John I. Alger:
El término "principios
de la guerra" no siempre connotaba la idea de una lista de
reglas concebidas para facilitar la conducción de la guerra. En
efecto, dos definiciones distintas del término se han empleado con
frecuencia. Según la primera, los principios de la guerra
representaban una filosofía comúnmente aceptada referida a la
miríada de actividades que en su conjunto componen la conducción de
la guerra. En el siglo actualmente en curso, se inclina cada vez más
a aceptar la idea de que los principios de la guerra constituyen una
lista enumerada de consideraciones, pocas en su totalidad, capaces de
ser expresadas en forma sencilla y esenciales para la conducción
exitosa de la guerra. La primera definición era utilizada por los
autores que, en siglos anteriores, escribían sobre la guerra; la
segunda ha llegado a constituir la definición en vigor en los países
de habla inglesa, aunque se originó en la época napoleónica y
posiblemente con el propio Napoleón.
El estratega Bernard Brodie adoptó una actitud
menos reticente cuando escribiera:
Aunque el propio
Clausewitz se refiere ambiguamente a ciertos "principios"
que se deben observar y obedecer, . . . específicamente rechazó la
noción de que pudiera existir cualquier conjunto de reglas o
principios en particular capaces de ordenar universalmente una forma
de conducta más bien que otra. . . . No fue sino hasta el siglo XX
que los diversos manuales de campaña habrían de pretender
sintetizar siglos de experiencias y volúmenes de reflexiones en unos
cuantos "principios de guerra" expresados en pocas palabras
y normalmente en forma de una lista enumerada. Clausewitz habría
quedado horrorizado antes tales esfuerzos, y poco sorprendido por los
terribles errores cometidos en nombre de esos mismos "principios".
Es posible que Clausewitz se
hubiera asombrado; por otra parte, tal parece que él también
reconociera que a un líder en combate le resulta más fácil
recordar pocas palabras cuando los elementos de fatiga y tensión le
ofuscan la mente. "Debemos poder recurrir a los principios
pertinentes establecidos por la teoría", según escribiera
Clausewitz. "Siempre se debe permitir que estas verdades se
consideren autoevidentes. . . . De esta forma podremos evitar el
empleo de un lenguaje rebuscado y desconocido, expresándonos más
bien en palabras comunes, con una secuencia de conceptos lúcidos y
claros".
Evidentemente Clausewitz no habría tenido dificultad alguna con el
principio sucinto de "sencillez".
El Ejército actualmente
está en proceso de revisar su doctrina fundamental, por segunda vez
desde 1989. El manual de campaña 100-5, Operaciones,
habrá sido actualizado nueve veces desde 1945 —cada seis años,
como promedio— cuando salga la versión de 1998. Entre los cambios
significativos presentados en los borradores iniciales de dicha
edición son la eliminación de los "principios de operaciones
de no guerra", la revisión de dos principios actuales y la
inclusión de dos principios nuevos, y la lista resultante aparece
bajo la rúbrica nueva de "principios de operaciones".
Después de un debate animado entre los soldados en campaña, algunos
de los cuales son defensores acérrimos de los cambios al mismo
tiempo que otros se han mostrado menos dispuestos a apoyarlos, la
versión actual de Operaciones
deja los nueve principios inalterados de la forma en que fueron
difundidos en el año 1986.
Una mente inquisitiva quizás
se confunda ante este apoyo del estatus
quo. Puede
ser que haya nacido como reacción a los cambios aparentemente
descontrolados en el Ejército. Es posible que exista dentro de la
institución la creencia de que la naturaleza duradera de los
principios sirva de ancla doctrinaria del Ejército. A la inversa,
será que la decisión de optar por la constancia se haya tomado por
quienes ignoraban los orígenes de los principios y sus mutaciones
históricas.
El presente artículo parte de esta última
premisa. Tiene tres objetivos: primero, describir cómo los
principios "tradicionales" asumieron su forma actual;
segundo, explicar por qué es esencial eliminar los "principios
de las operaciones de no guerra"; y tercero, el artículo
sugiere que las modificaciones y adiciones a los principios de guerra
originalmente propuestas para la próxima versión de la doctrina
operacional del Ejército, merecen ser analizadas una vez más antes
de que obliguemos a los componentes de servicio Activo y de Reserva a
conformarse con un conjunto de principios operacionales que quizás
aún no sean optimizados.
Los orígenes de los principios
El Ejército les presentó a
sus soldados una lista de principios en el año 1921. El reglamento
de Adiestramiento Nro. 10-5 presentó una lista de principios de
guerra idénticos a aquéllos actualmente en uso, con excepción de
que los términos "movimiento" y "cooperación"
se empleaban en lugar de "maniobra" y "unidad de
mando", respectivamente. Este estreno de dichos conceptos no
incluyó una elaboración de los principios particulares. En el
párrafo solitario que describía su propósito y uso también
constaba que eran "inmutables". Charles A. Willoughby, que
posteriormente se dio a conocer en su calidad de jefe de inteligencia
de Douglas MacArthur en el Pacífico durante la II Guerra Mundial,
fortaleció más el carácter inviolable de estos principios en su
obra Maneuver
In War (La
maniobra en la guerra), cuando escribiera: "Estos principios son
fundamentales e inmutables; han guiado a los grandes comandantes, y
el éxito o fracaso ha dependido del grado y manera de su empleo. No
están sujetos a excepción. Su debida ejecución constituye la
verdadera medida del arte militar."4
Willoughby publicó su obra en 1939, el mismo año en que los
principios reaparecieron en la doctrina militar de Estados Unidos.
Habían desaparecido desde 1928 hasta la publicación en 1939 del
Manual de Campaña 100-5, Tentative
Field Service Regulations, Operations (Los
reglamentos provisionales del servicio en campaña).
Willoughby trazó los
orígenes de estos fundamentos, los cuales en esa época eran nuevos
para el Ejército. Citó a Napoleón, quien escribiera que, "Los
principios de César eran iguales a los de Alejandro y Aníbal; (a)
mantener unidas a las fuerzas; (b) no quedar vulnerable desde
cualquier dirección, [y] (C) avanzar rápidamente sobre puntos
importantes". Basándose en lo anterior, Willoughby creía que,
"Uno difícilmente puede dejar de reconocer (a) el principio de
concentración, (b) el principio de seguridad, y (c) el principio del
objetivo". Habiendo establecido esto, recopiló lo que él
consideraba una lista completa y concisa de los principios de
Napoleón, sacados de los escritos del emperador, y llegó a la
conclusión de que éstos incluían objetivo, ofensiva,
concentración, sorpresa, seguridad y movimiento.
El teórico militar británico J.F.C. Fuller no coincidió totalmente
con el enfoque de Willoughby, pues creía que Napoleón no había
sentado "ningún principio definitivo, aunque evidentemente le
servían principios bien definidos".
Al igual como Alger,
Napoleón y otros practicantes y teóricos de la guerra antes del
siglo XX creían que la guerra obedecía ciertas reglas
fundamentales, aunque ellos no sentían obligación alguna de
expresarlos en forma concisa.7
Tampoco es que estos soldados de épocas anteriores coincidieran en
la medida en que un comandante se veía limitado por tales reglas.
Cuando escribiera en la primera mitad del siglo XIX, Jomini afirmó
que "los principios fundamentales, en los cuales residen todas
las buenas combinaciones en la guerra, existen desde siempre, y se
debe referir a todos los demás principios para entender sus
respectivos méritos. Estos principios son inmutables; son
independientes de las armas empleadas, de la época y de los
lugares". Clausewitz, contemporáneo de Jomini, no compartía este sentido de
la universalidad de los principios. Éste llegó a la conclusión de
que los principios servían como guías importantes más bien que
como reglas "en las cuales se basan todas las buenas
combinaciones en la guerra". Según Clausewitz:
. . . si
el arco termina en esa clave, le dará mayor prominencia, pero lo
hará solamente para satisfacer la ley filosófica del pensamiento de
modo que demuestre con claridad el punto hacia el cual convergen
todas las líneas, y no con el propósito de construir sobre esa base
una fórmula algebraica para ser usada en el campo de batalla. Porque
incluso esos principios y reglas tienen mayor valor para determinar
en la mente reflectora las características principales de sus
movimientos acostumbrados,
que, a
manera de semáforos, señalan la vía que habrá de tomarse para su
ejecución.
Ambos hombres coincidieron en la existencia de
los principios de la guerra; ambos los elaboraron en forma
relativamente detallada; ninguno estableció la lista sucinta al cual
los soldados contemporáneos se han acostumbrado.
Tal vez ningún escritor
militar occidental haya reflexionado más sobre la posibilidad de que
las acciones de la guerra pudieran ser caracterizadas por un sólo
conjunto de principios que J.F.C. Fuller. Sus listas se evolucionaban
a medida que el autor consideraba sus matices en muchos de sus libros
y artículos escritos antes, durante y después de la Primera Guerra
Mundial. En su obra de 1926, The
Foundation of the Science of War
(El fundamento de la ciencia de la guerra), enumeró tres grupos de
principios, cada uno de los cuales incluía tres principios
subordinados de guerra:
- Principios de Control: Dirección, determinación y movilidad.
- Principios de Presión: Concentración, sorpresa y acción ofensiva.
- Principios de Resistencia: Distribución, resistencia y seguridad.
Fuller explicó la relación
entre los tres grupos de la siguiente manera: "Es de esta forma
que se obtiene el orden tridimensional de control, producto del orden
dual de presión y resistencia, cada una de estas fuerzas siendo en
sí tridimensional. En fin, estos tres grupos forman uno sólo:
economía de la fuerza."
B.H. Liddell Hart,
contemporáneo de Fuller, en su discusión de máximas se unió con
lo que era una creciente fascinación entre los ejércitos
occidentales. Aunque en su obra publicada en 1932 y titulada The
British Way in Warfare
(El modo de guerra británico) rehusó llamarlos principios (porque
sus ideas eran "guías prácticas más bien que principios
abstractos"), llegó a la conclusión de que "los
principios de la guerra, no sólo uno de éstos, se pueden sintetizar
en una sola palabra: `concentración'. Pero para que sea verídico,
este concepto tiene que precisarse pues se trata de `la concentración
de la fortaleza contra la debilidad'. . . He aquí un principio
fundamental, el entendimiento del cual puede evitar la comisión de
un error fundamental (y el más común): el de ceder al adversario la
libertad y tiempo necesarios para concentrarse y así contrarrestar
la concentración propia de uno". Liddell Hart pasó a
identificar sus seis máximas, aclarando que "cuatro son
positivas y dos son negativas. Se aplican tanto a la estrategia como
a la táctica".
- Seleccionar la línea (o curso) menos esperada.
- Explotar la línea de menor resistencia.
- Optar por una línea de operaciones que ofrezca objetivos alternos.
- Asegurarse de que tanto el plan como las disposiciones sean flexibles, o sea adaptivos.
- No atacar cuando el enemigo puede quitarle el florete.
- No renovar un ataque a lo largo de la misma línea (ni de la misma manera) después que ésta ha fracasado.
Con su resurgimiento en el
manual militar provisional 100-5 de 1939, los nueve principios
enumerados en el reglamento de adiestramiento 10-5, Doctrine,
Principles and Methods (Doctrina,
principios y métodos), con fecha de 1921, asumieron la forma de
siete "principios generales" para ser empleados durante la
"conducción de la guerra":
- Objetivo final.
- Concentración de fuerzas superiores, lo cual exigía una "estricta economía en cuanto a la cantidad de fuerzas asignadas a las misiones secundarias".
- Acción ofensiva, aunque "una actitud defensiva puede adoptarse como estratagema temporal".
- Unidad de esfuerzo.
- Sorpresa.
- Seguridad.
- Planes sencillos y directos.
No aparecía ninguna lista
de principios en el manual de campaña 100-5 del año 1941. En lugar
de ello, al lector se le presentaba varias "doctrinas de
combate": objetivo final, planes y métodos sencillos y
directos, unidad de esfuerzo, concentración de fuerzas superiores,
sorpresa y seguridad.13
Sólo fue con la llegada de la versión de 1949 del mismo manual que
los principios correspondieron a aquéllos difundidos en la edición
publicada en 1993. De ahí que la actual lista de los nueve
principios, aparentemente sacrosantos, sólo tenga 49 años de
vigencia.
Los Principios de la Guerra y el Ambiente
del Conflicto Moderno
Aunque el propósito y
utilidad de los principios de guerra les eran evidentes a muchos de
los teóricos militares en la primera mitad del siglo XX, la
introducción de armas nucleares, la aumentada influencia de la
guerra irregular y otros cambios hicieron que otros cuestionaran su
valor. En sus escritos durante la segunda década de la Guerra Fría,
John Keegan resolvió que "uno de los propósitos de los
principios ha sido hacer que las nuevas e insólitas circunstancias
nos parezcan comprensibles, permitirnos ver el hilo que unifique una
guerra con otra, forzar los eventos a conformarse con un patrón
predeterminado, y hacer que los conflictos obedezcan las unidades
dramáticas. . . . Se llega a un punto en el desarrollo de sistemas
de armas en el cual resulta imposible comparar el pasado con el
presente". Keegan también insistía en que los principios
inherentemente implicaban "la maximización de los medios",
por lo cual no se aplicaban ni a la guerra nuclear limitada ni a la
guerra convencional moderna. Ésta exigía más bien "una
respuesta sutil, paciencia, autocontrol, firmeza sin crueldad, y la
capacidad para aceptar algo menos que una victoria total";
cualidades éstas que, según Keegan, resultan incompatibles con los
nueve principios de la guerra. En su argumento, Keegan ni consideraba
el hecho de que la aplicación de dichos principios exigía la
readecuación de los medios acorde con el objetivo político, por
cuanto todos los demás principios finalmente se subordinan al
principio de "objetivo". Tal parece que tenía poca
confianza en la capacidad de los líderes militares occidentales de
su época para aplicar los principios con la destreza requerida por
Clausewitz, Fuller y otros.
Al otro extremo se
planteaban argumentos de que los principios eran universalmente
aplicables, ya que se constituían en "una recopilación de las
reglas concisas para la guerra, concebidas para ayudar a los líderes
de combate desde los oficiales en los niveles más bajos hasta los
generales. Aunque dichas reglas se denominen principios, máximas o
axiomas, existen independientes de los factores tiempo, lugar y
situación".
Tal argumento era atractivo superficialmente; habría sido muy útil
si hubiera sido acertado, pero los mismos principios se habían
modificado repetidas veces —tanto de formato como de contenido—
desde su introducción en 1921. Se habían sometido a cambios
necesarios para asegurar que se mantuviera su permanente pertinencia
ante los cambios doctrinarios, cambios éstos que se debían en parte
a los avances tecnológicos, adaptaciones por parte de los
adversarios reales y potenciales, un mejor entendimiento de la teoría
militar y revisiones de la estrategia nacional. El principio de
"concentración" identificado en 1939, a modo de ejemplo,
posteriormente se cambió no sólo de forma (apareciendo después
como "masa"), sino también de sustancia en el transcurso
de las décadas subsiguientes. Debido a las limitaciones en cuanto al
alcance y la naturaleza directa de los fuegos durante la época
napoleónica, la concentración exigía reunir en el campo de batalla
un máximo de soldados y armamentos en un momento determinado. Más
tarde tal concentración no sólo se volvió innecesaria —puesto
que la tecnología permitía la concentración de los efectos
logrados por medios dispersos— sino que también resultó ser
potencialmente contraproducente. La rígida aplicación de los
principios, ordenada más bien que demostrada por sus aplicaciones
anteriores, tenía mayores posibilidades de producir el fracaso que
el éxito.
En un artículo publicado en
la revista Military
Review en
el año 1991, William C. Bennett demostró su entendimiento de la
necesidad de mantener una actitud flexible en la aplicación de los
principios. Llegó a la conclusión de que los principios de guerra
efectivamente se aplican incluso a diferentes acciones fuera del
alcance tradicional del significado del término "guerra".
En su discusión de la Operación Just
Cause en
Panamá (1989-90), observó que, "Ciertos acontecimientos
indican que cuando los principios de guerra se aplican en operaciones
de contingencia de corta duración en un ambiente de [conflicto de
baja intensidad], la interpretación de los principios debe
considerarse dentro de un contexto más amplio que el normal. Las
formas que pueden asumir algunos de los principios probablemente
serán menos tradicionales, es decir netamente `militares', y más
`policiales' o `políticas' de naturaleza". La introducción de
los principios en los reglamentos de adiestramiento de 1921 compartió
esta visión de un alcance más amplio en la aplicación de los
principios: "Su aplicación varía de acuerdo con la situación.
. . no sólo en acciones puramente militares, sino también en
actividades administrativas y en la gestión de negocios. . . .Todas
las operaciones militares activas serán planificadas y ejecutadas
acorde con estos principios".
Así como aquéllos
identificados por el Ejército, los principios de guerra empleados
por las demás instituciones armadas de Estados Unidos también han
cambiado con el tiempo. En un momento, la Fuerza Aérea les agregó
los elementos de "oportunidad y velocidad", "logística"
y "coherencia" a los nueve principios que compartía con el
Ejército.
En la actualidad tanto la Fuerza Aérea como la Armada emplean los
mismos nueve principios enumerados en el Manual de Campaña (FM)
100-5 Operaciones,
versión de 1993, y en la Publicación Conjunta 1, aunque no es de
sorprender que existan diferencias en cuanto a las definiciones y
aplicaciones empleadas por las distintas instituciones.
En el Manual 1 de la Fuerza de la Flota de la Infantería de Marina
(FMFM), Warfighting
(La
conducción de la guerra), el Cuerpo de Infantería de Marina se
refiere a "dos conceptos de tanto significado y universalidad
que los podemos proponer como principios: a saber, la concentración
y la velocidad". Aparte de lo anterior, el manual sólo alude a
los nueve principios actualmente empleados por las demás
instituciones en sus principales manuales de operaciones.
El Cuerpo de Infantería de Marina, en su FMFM 1-3, Tactics
(Táctica),
también menciona los "principios de la táctica: lograr una
ventaja decisiva, avanzar más rápido que el enemigo, atrapar al
enemigo y, el objetivo de todos los principios, lograr un resultado
decisivo". Con ello se implica la presencia de la cooperación
como otro elemento en la lista.
La Aplicación de los Principios del
Ejército de EE.UU:
Efectivamente todos los
estudiosos de la guerra, en algún momento durante sus carreras, han
considerado los principios y la posibilidad de aplicarlos a las
operaciones de combate. El valor de los principios en tales
operaciones es muy evidente. Pero está menos claro cuando la
naturaleza de las operaciones se desvía de aquéllas que dieron
inicio a la evolución de los principios. Tal es el caso cuando uno
considera operaciones tan dispares como son la guerra irregular, las
operaciones espaciales, armas de destrucción masiva, o bien
actividades militares que no caben dentro del alcance de las que
normalmente se asocian con las formas tradicionales del conflicto
convencional. Muchos coincidieron con Keegan cuando éste afirmara
que los principios tenían poco valor en las consideraciones de la
guerra nuclear. Otros han reconocido la necesidad de adaptar los
principios en lugar de desecharlos; considérese la observación de
John O. Shoemaker, quien resolviera que "los principios de la
guerra tienen una aplicación definitiva a la Guerra Fría. . . . En
la profesión militar se le atribuye gran importancia en la reducción
de problemas a una terminología fácilmente entendible. De mayor
importancia es el esfuerzo dedicado a la definición de objetivos,
tareas y metas deseadas con los detalles y claridad suficientes para
evitar cualquier malentendido de los mismos".
Josiah A. Wallace llegó a la conclusión semejante de que los
principios eran lo suficientemente sólidos para servir de guías en
acciones de contrainsurgencia, descubriendo que constituían "un
excelente instrumento que el comandante puede utilizar en su análisis
de todos los aspectos de sus planes de contrainsurgencia. Siempre que
sus planes se conformen con los principios de guerra, se encontrará
en terreno sólido".
Asimismo James H. Mueller concluyó que los principios de guerra son
aplicables a la doctrina y operaciones aéreas, espaciales y
aeroespaciales.
Aunque puede existir una
gran disparidad entre las exigencias militares y los objetivos
políticos, los estudiosos del conflicto poco se asombrarán ante el
apoyo concedido a la aplicación de los principios de guerra a
escenarios nucleares, contingencias de guerra irregular, y
aplicaciones espaciales. A pesar de las profundas diferencias que
pueden existir en cuanto a las capacidades requeridas y tecnologías
aplicadas en diferentes situaciones, la subordinación fundamental de
las fuerzas militares a los objetivos nacionales sigue siendo igual a
la relación explicada por Clausewitz: "El objeto político —que
es el motivo original de la guerra— determinará tanto el objetivo
militar a ser alcanzado como la cantidad de esfuerzo requerido para
lograrlo".
Los Principios de No Sólo Guerra
Un proceso de razonamiento
similar hace que una aparente contradicción sea lógica: la
aplicación de los principios de guerra a las operaciones militares
que no tienen que ver con combate. (Ver la figura 1) Muchos de los
principios, cuando no todos, parecen ser tan valiosos en la ejecución
de las operaciones de no guerra como durante la prosecución de la
guerra. Emory R. Helton resolvió que seis de los nueve principios de
guerra —incluyendo los de objetivo, ofensiva, seguridad, unidad de
mando, economía de fuerza y sencillez— se aplicaban a la Operación
Provide
Comfort,
realizada en la parte septentrional de Iraq después de la Guerra del
Golfo Pérsico en el año 1991. Es más, aseveró que "cinco de
éstos [principios] probablemente se aplicarán en cualquier
operación humanitaria en el futuro".
Existen buenas razones por creer que los principios de concentración,
maniobra y sorpresa se podrán aplicar a cualquier operación
orientada hacia las exigencias de estabilidad y apoyo.
El General Pershing percibió
esta aplicación más amplia de los principios. Aunque se efectuaron
cambios considerables en cuanto al carácter de la guerra en el
transcurso de su trayectoria profesional, "los principios de la
guerra que aprendí en West Point permanecen inmutables", según
escribiera él. "Fueron convalidados por mis experiencias en
nuestras guerras contra los indios, como también durante la campaña
contra los españoles en Cuba. Los apliqué en las islas Filipinas y
observé su aplicación en Manchuria durante la Guerra
Ruso-Japonesa."
Más recientemente, Richard
Rinaldo sostuvo que resulta contraproducente separar los principios
que rigen la conducción de la guerra de aquéllos aplicables en las
operaciones de no guerra: "Esta distinción pretende crear la
independencia donde existe más bien la interdependencia, la división
donde existe la unidad".
Rinaldo, al igual que Pershing, también postulara que "los
principios de la guerra ... son lo suficientemente robustos para ser
aplicados a través de todo el espectro de las operaciones militares.
... la categoría de operaciones denominadas `de no guerra' resulta
innecesaria en las consideraciones doctrinarias, y en lo relacionado
con los principios y guías fundamentales".
Brodie coincidió con esta opinión, afirmando que los principios
eran "esencialmente propuestas de sentido común relacionadas en
forma general pero de ninguna manera exclusiva, con la conducción de
la guerra".
Los principios de la guerra
han sido efectivamente más robustos de lo que habría de admitir una
interpretación estrecha de su propósito. Su aplicación
invariablemente exige la consideración cuidadosa de los requisitos
singulares de una situación determinada; sin embargo, con los
elementos de adaptación y el ejercicio del coup
d'oeil
(golpe de vista) tan valorado por Clausewitz, resulta factible
aplicar los principios mucho más allá de los límites del campo de
batalla.
Esta adaptación implica la
flexibilidad no sólo en la aplicación de los principios, sino
también en su definición. Así como insistiera Roger A. Beaumont,
"la lista debería someterse a un proceso permanente de revisión
y actualización, y debe emplearse como herramienta de análisis. . .
. Las nuevas tecnologías de la guerra quizás puedan alterar el
balance y hacer que los factores recién surgidos sean los más
importantes. El arte militar, al igual como cualquier otro, se
encuentra en estado de evolución, pues parte de su naturaleza fue
formada por el pasado y los materiales bélicos, en tanto que su
esencia se deriva del genio innovador del artista".31
La receta del éxito ha sido
la combinación cuidadosa de los principios, aunque se aplicaran en
situaciones de guerra o bien en operaciones realizadas en otros
ambientes. A veces un sólo principio ha predominado, en tanto que en
otras ocasiones un conjunto de varios principios ha prevalecido en el
pensamiento militar. En algunos casos un principio ha resultado ser
inútil, o incluso de mayor valor en su violación que en su
aplicación.32
En la mayor parte de tales situaciones, así como en las más
convencionales, la victoria le ha pertenecido a la fuerza que supiese
aplicar en forma más prudente la sagacidad inherente en los
principios.
Los estrategas exitosos
nunca cometen una violación deliberada de los principios de guerra,
sin antes evaluar los riesgos y calcular los costos. . . . No
obstante las reclamaciones de los críticos, los principios de la
guerra son efectivamente útiles y sí tienen sentido. El archivo
histórico indica que los vencedores, en su mayoría, les prestan
atención a los principios. Los vencidos, menos aquéllos que
sencillamente enfrentaron una superioridad abrumadora de potencia
humana y material, por lo general han dejado de hacer lo mismo.33
Con la publicación de su doctrina revisada en
el Manual de Campaña (FM) 100-5, versión de 1998, el Ejército
piensa cerrar la brecha filosófica que se ha producido entre las
operaciones de combate y aquéllas que no implican una lucha directa.
Esto es un resultado esencial del análisis más reciente de su
doctrina de guerra. La primera operación realizada por el naciente
Ejército de Estados Unidos bajo la Constitución, no se materializó
durante tiempo de guerra, sino que fue una acción ejecutada con el
fin de restaurar la paz y estabilidad a las diferentes partes del
Estado de Pensilvania afectadas por la Rebelión Whiskey. Bajo el
mando del propio presidente Washington, el Ejército amenazó con
intervenir en la situación, lo cual puso término a los disturbios
civiles en lo que hoy en día se consideraría una exitosa operación
de no guerra. El carácter preventivo de la amenaza de recurrir a la
fuerza no cambió fundamentalmente la naturaleza de la acción
militar.
Asimismo, los soldados que se preparan en el
año 1998 para realizar operaciones en Bosnia han tenido que
sujetarse al mismo adiestramiento requerido para alcanzar un nivel de
alistamiento personal y profesional adecuado para el conflicto
armado. Las diferencias en cuanto a las reglas de empeñamiento no
modifican ni la necesidad de recibir una preparación total ni la
utilidad de los principios empleados durante dicha preparación. El
ambiente operacional imperante exige que los soldados desempeñen un
papel más amplio; si bien es aún necesario ser guerrero, tal
aptitud ya no es una calificación adecuada para prestar servicios en
la actualidad. Las dos listas de principios existentes sencillamente
dejan de destacar los elementos comunes en cualquier operación del
Ejército en campaña.
Estas dos listas implican diferencias donde
existen similitudes. La sencillez es un principio de guerra, pero no
de las operaciones de no guerra en las cuales es claramente de igual
importancia. La legitimidad representa el caso contrario, pues se
cita como principio de las operaciones de no guerra pero no se
menciona en la lista de principios de guerra. Al echarles un vistazo,
tal pareciera que la legitimidad debería ser un principio tanto de
la guerra como de las operaciones de no guerra; no obstante, uno debe
considerar de nuevo la función de los principios. Si es que sirven
en realidad para orientar el accionar (más bien que como verdades
incuestionables que se aplican universalmente a todas las operaciones
militares), entonces la legitimidad se debería entender como
condición esencial de cualquier operación, en lugar de verse como
un principio. A diferencia de un principio que un comandante puede
pasar por alto (aunque a riesgo de sufrir una derrota), ningún
comandante puede rechazar la legitimidad como base fundamental de una
operación militar.
La guerra es una forma de operación militar, y
la más exigente, costosa y traumática de todas. Pero los eventos
recientes constituyen un reflejo de la experiencia histórica del
Ejército de Estados Unidos: el combate es uno de los menos comunes
de todos los tipos de operaciones realizadas por la mayoría de
aquéllos que visten el uniforme. No es de ninguna manera la más
frecuente, y en varios aspectos resulta menos complicada que las
intervenciones armadas en las cuales las acciones de un líder de
escuadra pueden tener implicancias estratégicas. Por consiguiente,
una sola lista de principios —y deberíamos llamarlos principios de
operaciones— habrá de aplicarse a toda la gama de operaciones
militares. No existe ningún requisito de aplicar cada principio en
igual medida a cada actividad; de hecho, se producen contingencias en
las cuales algunos de los principios no tienen aplicación alguna.
Sin embargo, cada elemento de esta lista establecida es digno de
incluirse entre los principios, debido en parte a que debe ser
considerado durante las fases de planificación y ejecución aún
cuando finalmente no resulte ser útil en la misión considerada.
Una revisión de los
principios tradicionales de la guerra representó un punto de partida
lógico para el desarrollo de una sola lista de principios de
operaciones. Pero las recomendaciones expresadas por aquéllos
destinados en campaña para que se mantuvieran los principios de
"guerra" establecidos antes de 1993, y que sencillamente se
descartaran los principios de operaciones de no guerra, echan a
perder una oportunidad. Hemos aprendido lecciones en esta época de
post-Guerra Fría que merecen ser insertas en la próxima doctrina
del Ejército para el empleo de la fuerza terrestre. El hecho de que
basábamos nuestro modo de pensar en una premisa fallada respecto a
los aspectos comunes en cualquier operación del Ejército, ya sea de
combate o bien de cualquier otra índole, de ninguna manera desvalida
aquellas lecciones. De ahí que la presente sección proporcione el
raciocinio para continuar el curso anteriormente esbozado para la
próxima versión del Manual de Campaña 100-5, Operaciones:
sacar los aspectos útiles de nuestras experiencias en todas las
operaciones desarrolladas en años recientes, identificar las
oportunidades para adaptarnos, y hacer precisamente eso.
La figura 1 enumera los principios de guerra y
los de las operaciones de no guerra, según aparecen en la doctrina
del Ejército a principios del año 1998, e identifica los principios
originalmente propuestos para la próxima versión. La discusión
gira en torno a aquellos principios —tanto los nuevos como los
modificados— que deberían incluirse en la lista adoptada por el
Ejército en dicho año.
Principios de Operaciones: Efectos
Concentrados (modificación del principio anterior,
"concentración").
Aunque el principio de
"masa" fue uno de los principios incluidos en el Reglamento
de Adiestramiento original, redactado en el año 1921, en la versión
del FM 100-5 publicada en el año 1939 la palabra "concentración"
apareció en su lugar. La guía ofrecida en el FM 100-5 de 1993
concerniente al principio de concentración es clara y pertinente:
"Concentrar los efectos de una potencia de combate abrumadora en
el momento y lugar decisivos".
Desafortunadamente, la "concentración" en raras ocasiones
se entiende y se aplica de esta manera. Cuando escribiera Phillip
Meilinger que, "la precisión de las armas aéreas ha redefinido
el significado del término `concentración'. . . . El resultado de
la tendencia hacia la `precisión del corredor aéreo' en la guerra
aérea es una denigración de la importancia de la concentración",
estaba completamente equivocado. Primero, la potencia de fuego es
sólo una de las capacidades que el comandante pretende concentrar.
Segundo, las armas de precisión constituyen un componente
potencialmente crítico de la concentración, según se entiende ésta
última hoy en día: la concentración de los efectos para cumplir la
misión.36
Si un misil, o una bomba, o bien un proyectil de artillería puede
lograr un resultado deseado, su empleo es una aplicación
extremadamente eficaz y eficiente del principio de concentración.
Dicho principio ya no tiene el mismo significado como el que tenía
en la época napoleónica:37
reunir en tiempo y espacio soldados o armas de apoyo. Tales métodos,
tanto hoy como en el futuro, podrán provocar condiciones que más
probablemente resulten en desastre que en el éxito, pues crean
objetivos rentables para las potencias de fuego aéreo y terrestre
del adversario.
Tampoco es cierto que el
principio de concentración implique reunir todos los fuegos
disponibles en tiempo y espacio. El concepto se refiere más bien a
la concentración de los efectos de todas las capacidades
pertinentes, ya sean militares o de otros sectores, incluyendo:
medios del Ejército (blindados, artillería, aviación); apoyo
conjunto (medios de inteligencia, aviación, fuegos navales y
mísiles); fuerzas especiales; operaciones sicológicas; guerra
electrónica; y otros medios capaces de contribuir al éxito de la
misión. Aunque se utilice acero, electrones, palabras persuasivas
aplicadas para lograr derrotar al enemigo, la distribución de comida
y agua, atención médica, y capacidades de ingeniería para ayudar a
los refugiados, la intención es crear y mantener el éxito a través
de la concentración de los efectos inherentes en dichas capacidades.
Asimismo, R.R. Battreall manifestó su mal entendimiento de la
aplicación del principio de concentración al escribir, "Cuando
una cantidad suficiente de blindaje se encuentre reunida en un punto,
éste llega a constituir el punto crítico".
Hace ya mucho tiempo que el término sucinto "concentración"
se interpreta erróneamente; más vale emplear el término "efectos
concentrados".
Principio de Operaciones: Unidad de Esfuerzo
(modificación del principio anterior,
"unidad de mando")
Así como anteriormente se
señaló, la "cooperación" más bien que la "unidad
de mando" se incluía entre los principios de la guerra en el
año 1921. La unidad de esfuerzos, con la unidad de mando y la
cooperación como conceptos correlativos, apareció por primera vez
en el manual de 1939 como la enunciación preferida de este
principio. La unidad de esfuerzo apareció también en la edición
del manual Operaciones
de 1941, aunque sí con algunos cambios sutiles, pero en el año 1949
el término se sustituyó por unidad de mando. Tal cambio ocurrió a
pesar del hecho de que las palabras empleadas para describirlo eran
idénticas a aquéllas empleadas en la edición de 1941.
Considérese las diferentes definiciones de este principio (o bien,
esta doctrina de combate, según la terminología del manual
difundido en el año 1941) durante el período de 1939 a 1949, cuando
los sucesivos autores de la doctrina lucharon por aclarar la
distinción entre la forma (unidad de mando) y la función (unidad de
esfuerzos) durante el referido lapso de once años:
—1939: "La unidad de esfuerzos es
necesaria para aplicar eficazmente la plena potencia de combate de
las fuerzas disponibles. Se consigue a través de la unidad de mando.
Cuando lo anterior no sea factible, hay que depender de la
cooperación."
—1941: "La unidad de mando logra
instaurar aquella unidad de esfuerzos que resulta esencial a la
aplicación decisiva de la plena potencia de combate de las fuerzas
disponibles. La unidad de esfuerzos se fomenta a través de la total
cooperación entre los diferentes elementos de mando."
—1949: "La unidad de mando logra
instaurar aquella unidad de esfuerzos que resulta esencial a la
aplicación decisiva de la plena potencia de combate de las fuerzas
disponibles. La unidad de esfuerzos se fomenta a través de la total
cooperación entre los diferentes elementos de mando. El mando de una
fuerza compuesta de las armas conjuntas o combinadas se le otorga al
oficial de mayor jerarquía presente capacitado para ejercer el
mando, a menos que se designe a otro específicamente para servir en
calidad de comandante."
El principio de unidad de
mando que apareció en la edición de 1993 del FM 100-5, afirma que
"para cada actividad", los líderes militares deberán
"buscar la unidad de mando y la unidad de esfuerzos". Esta
última, de acuerdo con los principios de las operaciones de no
guerra identificados en el mismo manual, les ordena a los soldados a
"buscar la unidad de esfuerzos en el logro de cada objetivo".
Históricamente, la unidad
de mando ha sido difícil de alcanzar. Así como escribiera James
Winnefeld, es "el principio más difícil de alcanzar en la
guerra combinada. . . . La renuncia del mando nacional y control de
la fuerza es un acto de fe y confianza sin par en las relaciones
entre naciones. En una coalición se logra mediante la construcción
de convenios de mando y la organización de la fuerza de acuerdo con
las tareas a ser cumplidas, con el fin de garantizar que las
responsabilidades se equiparen con las contribuciones y esfuerzos de
cada participante . . . Es imprescindible que no se les atribuya la
primacía a los convenios a expensas de las exigencias bélicas".
Anthony Rice descubrió que
la unidad de mando era "más honrada en su violación que en su
acatamiento" en las guerras recientes y doctrina conjunta de
Estados Unidos. El fenómeno que él denominara "el mando
paralelo" ha sido mucho más común, refiriéndose a una
situación en que las naciones comparten objetivos comunes al mismo
tiempo que mantienen el control de sus respectivas fuerzas. Rice
ofreció varios ejemplos, incluyendo las palabras de Douglas Haig
durante la I Guerra Mundial, cuando afirmara que "No estoy bajo
el mando del general Joffre, aunque eso no tiene ninguna importancia,
pues mi intención era hacer todo lo posible por llevar a cabo los
deseos del general Joffre en cuestiones de estrategia, como si
hubieran sido órdenes". Haig tomó esa decisión después de
recibir la directriz del Ministro de Guerra de Gran Bretaña Lord
Kitchener, en el sentido de que su comando "es independiente y
las órdenes en ningún momento no serán emitidas por un general
aliado".
Rice llegó a la conclusión
de que la unidad de mando "nunca se estableció entre las
fuerzas inicialmente desplegadas contra los nazis". Además,
aunque Estados Unidos tomó la delantera entre las naciones
comprometidas contra Corea del Norte, en Vietnam "tal parecía
que la estructura de mando tomara un paso hacia atrás en el tiempo.
. . . Se adoptó más bien una estructura de mando paralelo".
Durante la Operación Desert
Storm,
Rice observó que la coalición "logró mejorar notablemente la
estructura de mando empleada en Vietnam, pero aún le faltaba
implantar la unidad de mando".
Aproximadamente dos años después de iniciada la misión en Somalia,
el Ejército de Estados Unidos aún dejó de establecer la unidad de
mando a nivel local incluso de su propio personal; la muerte de 18
soldados en combate, los días 3 y 4 de octubre de 1993, se le puede
atribuir en gran medida a este fracaso.
Rice le atribuyó la mayor
prioridad a la unidad de mando a pesar de la realidad histórica y
una doctrina conjunta que le pone mayor énfasis a la unidad de
esfuerzos.
No obstante, también reconoció que el énfasis atribuido a la
unidad de esfuerzos en la doctrina conjunta, pese a la verdad
fundamental de que la unidad de mando constituye la condición
preferida, es un indicio de que esta última ha sido difícil de
lograr, cuando no imposible. Esta dificultad se ha exacerbado ante la
falta de objetivos nacionales e internacionales claramente enunciados
durante la conducción de varias operaciones. Cuando los comandantes
militares deben intentar definir y justificar los objetivos,
basándose en guías ambiguas o reclamaciones públicas, a los
participantes en las operaciones quizás les resulte difícil llegar
a un consenso en lo relacionado con los estados finales deseados, ni
hablar de la manera más adecuada para alcanzarlos.
Finalmente, existen organizaciones que tal vez
compartan los objetivos generales en un teatro de operaciones pero
que rehusen subordinarse a las autoridades militares. Algunas
organizaciones no gubernamentales, incluyendo aquéllas compuestas de
voluntarios del sector privado, quizás respondan a la coerción o
engatusamiento, pero otras invariablemente insisten en mantener su
autonomía. Un comandante puede considerar retirar los medios de
seguridad u otro apoyo prestado a tales organizaciones en un esfuerzo
por obligarles a cumplir con las exigencias de la misión, pero las
implicancias estratégicas de cualquier baja sufrida por una
organización no gubernamental imposibilitan la adopción de tal
política.
La unidad de mando es, por tanto, la forma
preferida para lograr la coordinación y control. La unidad de
esfuerzos, cuyos efectos deseados son la instauración de un
"propósito y dirección comunes por medio de la unidad de
mando, coordinación y cooperación", constituye la función
operacional requerida para lograr el éxito. Sin la unidad de
esfuerzos, las labores realizadas por cualquier elemento pueden negar
los avances obtenidos por otros. La unidad de esfuerzos es una
función indispensable para alcanzar el éxito en cualquier
operación; la unidad de mando es la forma adecuada por obtenerla. El
principio de operaciones es la unidad de esfuerzos.
Principio de Operaciones: La Moral.
De acuerdo con Ardant Du
Picq, "Aníbal era el mayor general de la antigüedad debido a
su comprensión admirable de la moral del combate, la moral del
soldado, aunque fuese integrante de la fuerza propia o bien la del
enemigo".
En una extensa discusión del liderazgo en la edición de 1939 del FM
100-5, consta que "el hombre es el instrumento fundamental de la
guerra . . . . La guerra implica una dura prueba de la resistencia
moral. . . del individuo".
John Baynes, en su obra Morale,
un estudio clásico del 2º de Fusileros Escoceses durante la I
Guerra Mundial, comentó que "el mantenimiento de la moral se
reconoce entre los militares como el factor de mayor importancia en
la guerra; en otros sectores a veces les resulta difícil entender
por qué es así".
Franklin D. Jones dio una explicación tanto por el reconocimiento
por parte del soldado de la extrema importancia de la moral como por
la falta de entendimiento de la misma por parte de sus homólogos
civiles: "En ningún sector de la vida civil es el grupo social
de importancia tan vital y tan principal para el individuo como lo es
para el soldado en combate".
Mantener la moral del
soldado y de su unidad exige la formación, mantenimiento y
restauración del espíritu de lucha.
La moral abarca la voluntad para colaborar constantemente para lograr
un propósito común, el cual en el Ejército muchas veces es el
cumplimiento de cualesquier tareas que se le asignen al grupo del
cual forma parte el soldado. Tanto los individuos como las
organizaciones tienen una moral, y una buena moral en ambos niveles
resulta esencial para el éxito en cualquier operación militar. El
proceso de adquirir y mantener esta cualidad tan deseable es
complicado, debido a sus múltiples componentes. La autoconfianza es
crítica, la lealtad a la unidad es esencial, y la voluntad de hacer
sacrificios personales por el bien del grupo total es un requisito.
El mariscal de campo William Slim planteó elementos fundamentales
adicionales que incluían aquéllos considerados necesarios por
muchos otros estudiosos del tema:
- La moral [tiene] ciertos fundamentos los cuales son, en orden de importancia, espirituales, intelectuales y materiales.
- Lo espiritual: Debe haber un objeto trascendente y noble: el logro del mismo debe ser vital; el método empleado para lograrlo debe ser activo y agresivo.
- Lo intelectual: El soldado debe convencerse de que es posible alcanzar el objeto; también debe percibir que él forma parte de una organización eficiente, capaz de alcanzar el objeto; y debe tener confianza en sus líderes, contando con la seguridad de que ellos no menospreciarán los peligros y apuros que él quizás tenga que sufrir.
- Lo material: El hombre debe creer que sus comandantes y el Ejército lo tratarán en forma justa y equitativa; debe recibir, en la mayor medida posible, las armas y equipo más adecuados para el logro de su misión; se debe optimizar las condiciones en que vive y trabaja.
Clausewitz consideraba que la victoria le
pertenecía al partido que lograra imponer su voluntad al otro. Ese
concepto es igualmente aplicable al espectro total de operaciones
militares y a todos los partidos que ejercen influencia —aunque sea
una influencia potencial— en dichas operaciones. La importancia de
una moral fuerte entre nuestras propias fuerzas es evidente, pero
otros grupos también inciden en el éxito o fracaso eventual de una
empresa militar de Estados Unidos. El primero de éstos es el
adversario. Si las operaciones realmente se pueden definir como una
contienda entre voluntades opuestas, entonces el éxito de todo
esfuerzo por socavar la moral del adversario bien puede ser un
aspecto complementario (y posiblemente alternativo) de la destrucción
de la fuerza como método de alcanzar los objetivos políticos y
militares. Mientras mayor sea el éxito de las operaciones
sicológicas, la imposición de una presión incesante, la confusión
sentida por el adversario, el mantenimiento del control de la
información y otros asaltos contra su seguridad, menos necesarios
serán otros medios de influencia y más rápido se podrá poner fin
a las hostilidades. La conducción de ataques bien logrados contra la
moral de una fuerza enemiga probablemente resulte menos costosa que
la destrucción de su personal y equipo. En la presente época cuando
incluso las bajas sufridas por el enemigo pueden ser
contraproducentes en los esfuerzos por instaurar un estado final
deseable, es posible que las acciones tendientes a minar la moral
constituyan la única forma de lograr un éxito inicial o bien
explotar los éxitos obtenidos.
Los no combatientes en una zona de operaciones
pueden manifestar una actitud ambivalente en lo relacionado con las
actividades militares de las fuerzas propias; pueden darles su apoyo
o bien pueden adoptar una resistencia activa a las mismas. La
presencia de una diversidad de grupos de no combatientes significa
que todas las tres condiciones pueden ocurrir en forma simultánea, y
que los grupos pueden modificar su conducta con el pasar del tiempo.
La historia nos ha enseñado que el comandante que deje de considerar
los efectos que pueden tener las personas aparentemente no
combatientes, podrá sufrir reveses significativos en el campo de
batalla. Las fuerzas de Napoleón en España y de los alemanes en la
Unión Soviética durante la II Guerra Mundial pagaron altos precios
por haber dejado de ganarse el apoyo, o cuando menos la neutralidad,
de los ciudadanos locales que posteriormente optaron por convertirse
en partidarios eficaces. De ahí que el principio de la moral incluya
la debida consideración de estos elementos no combatientes. Su
disposición debe ser continuamente estudiada y moldeada, cuando no
para asegurar su apoyo a las actividades de las fuerzas propias, como
mínimo para fomentar su ambivalencia y así negarle su apoyo al
enemigo.
Otro componente esencial de
las consideraciones de los no combatientes es el público
norteamericano. Clausewitz reconocía la importancia de la población
de una nación; una parte de su trinidad era la de "violencia,
odio y enemistad primordiales", factores que, a su juicio,
"giran principalmente en torno a la población".
Thomas Vaughn escribió que, "en una democracia como la nuestra,
la moral también es una función del consenso nacional".
Donn A. Starry señaló los peligros implicados por la tendencia
estadounidense a comprometer a las fuerzas militares en apoyo a los
objetivos nacionales, "sin primero sentar las bases necesarias
para obtener y mantener un resuelto apoyo público para el curso
político adoptado".
Herbert Wolff, en sus escritos del año 1965, declaró con
presciencia que "para triunfar en Vietnam, debemos contar con el
apoyo del público", agregando que tal respaldo habría de ser
tan crítico que el apoyo público debería ser "el décimo
principio de la guerra".
Si bien las Fuerzas Armadas no se encuentran en condiciones para
ejercer una influencia directa en el público norteamericano, los
líderes militares estadounidenses en los niveles más altos sí
están en la posición idónea para sugerirles a los dirigentes
políticos que éstos deberían reconocer la necesidad de mantener el
apoyo ciudadano para sus Fuerzas Armadas durante la conducción de
una operación.
El hecho de que la moral es
una condición requerida para lograr el éxito en las operaciones
militares era una verdad muy evidente para George C. Marshall, quien
la describiera como "un estado mental. Es resolución, valentía
y esperanza. Es confianza, afán y lealtad. Es impulso, espíritu de
cuerpo y determinación. Es la capacidad para seguir resistiendo, el
espíritu que perdura hasta el final, la voluntad de triunfar. Con
ella, todo es posible; sin ella, todos los demás elementos _la
planificación, la preparación, la producción— no valen nada".
La moral es la preocupación principal de los comandantes tanto en
tiempo de paz como en la guerra. Merece incluirse entre los
principios de la guerra.
Principio de Operaciones: Explotación.
Si bien las fuerzas
militares estadounidenses en repetidas ocasiones han demostrado una
excelente capacidad para identificar los objetivos y cumplir las
misiones, muchas veces han tenido menos éxito en sus esfuerzos por
sacar el máximo provecho de sus éxitos.
El éxito, ya sea en la forma de una victoria militar o bien el
cumplimiento de una misión de asistencia humanitaria, bien puede ser
transitorio si no se aprovecha en forma inmediata. Las Fuerzas
Armadas deben establecer las condiciones adecuadas para explotar el
éxito, aunque esto se complete por medio de la ejecución de otras
acciones militares o bien a raíz de la transferencia a otros de las
responsabilidades militares. El principio de la explotación, según
apareció en el borrador inicial del manual de campaña 100-5 del año
1998, les aconseja a los soldados a "aprovecharse de los efectos
temporales del éxito en el campo de batalla y convertirlos en
realidades permanentes".
Wolff, al comentar los
esfuerzos anteriores por incluir la explotación entre los principios
de la guerra, escribió que "no es un principio independiente en
sí. . . . La explotación se subordina a los principios de maniobra
y objetivo".
Estuvo en lo correcto, por cuanto la explotación como tipo de
operación ofensiva sirve como función de otros principios. Sin
embargo, el concepto de la explotación aquí expuesto tiene un
enfoque mucho más amplio. No se limita de manera alguna a las
operaciones de combate, pues se aplica igualmente a cualquier tipo de
misión militar. También viene al caso en actividades realizadas
para sacar el máximo beneficio de todos los éxitos alcanzados, y en
los planes por hacerlo incluso antes que el éxito se logre. Los
comandantes y sus estados mayores dedican horas excesivas a la
planificación para enfrentar el peor escenario posible; en raras
ocasiones formulan los planes adecuados para aprovecharse de un éxito
mayor que el que normalmente habría de esperarse. Es más, los
efectos acumulativos de múltiples éxitos, aunque se logren en forma
secuencial o simultánea, se manifiestan con muy poca frecuencia en
los juegos de guerra. En una discusión de la explotación como un
posible principio de la guerra, los autores de la obra Military
Strategy: Theory and Application
(La estrategia militar: La teoría y la aplicación) abogan por una
aplicación más amplia del concepto:
El principio de la
explotación fomenta el ímpetu. Les posibilita a los elementos
propios aumentar y consolidar sus victorias, manteniendo
desequilibrado al enemigo y en una permanente actitud defensiva. Los
estrategas más sagaces defienden las estrategias más fáciles de
implantar para alcanzar los objetivos vitales, abrumar al enemigo con
presión tan pronto comience a debilitarse, explotar los éxitos y
abandonar los fracasos. La explotación estratégica implica más que
sencillamente aprovecharse al máximo de la ventaja militar. Es que
también se beneficia de la primacía de los sectores político,
económico y sicológico y aumenta la delantera tecnológica.
Estas observaciones se aplican con igual
validez a los niveles operacional y táctico, en operaciones de
combate y en misiones de no combate. La explotación, en su contexto
estratégico y operacional más amplio, debería agregarse a la lista
de principios de operaciones.
Conclusiones
El concepto de sustituir los principios de la
guerra por los principios de operaciones quizás parezca ser sencillo
al considerarse superficialmente; sin embargo, pocos son los aspectos
sencillos de la conducción bélica o cualquier otra actividad
emprendida por los uniformados. Las intervenciones en Haití y Bosnia
demostraron que la ausencia de una oposición armada en una zona de
operaciones no reduce el rigor de las actividades que tendrán que
realizar las fuerzas comprometidas en tales circunstancias. Los
principios de operaciones facilitan el estudio de la profesión; sólo
es posible entenderlos y aplicarlos debidamente en campaña después
del análisis repetido y cuidadoso de su propósito y significado. Es
posible que la experiencia pueda compensar parcialmente el estudio
deficiente, pero una persona poco dispuesta a estudiar los principios
de la guerra e incapaz de entender cabalmente su valor en el
establecimiento de estados finales deseados a nivel operacional y en
el logro de los objetivos estratégicos nacionales, simplemente no
puede aplicarlos adecuadamente. Así también el desempeño de los
soldados será inadecuado cuando se vean en la obligación de
ejecutar las órdenes de quién haya dejado de educarse debidamente
al respecto.
La historia revela que los principios de la
guerra con frecuencia han sido tema de debates largos y muchas veces
perspicaces; su carácter, cantidad y definición han cambiado en
repetidas ocasiones. Asumieron su forma actual en la doctrina del
Ejército de Estados Unidos hace sólo 49 años. Por una parte, este
lapso representa una parte mínima de los años dedicados al estudio
de los principios; por otra, mucho ha ocurrido desde esa fecha. Uno
bien puede plantear la pregunta legítima de si los principios según
hoy en día se entienden, podrán satisfacer las necesidades de las
Fuerzas Armadas de Estados Unidos en 50 años más.
El Ejército de Estados
Unidos tiene la oportunidad singular de extender y modificar su lista
de principios de operaciones. La ausencia de una amenaza importante
ante Estados Unidos y sus aliados hace que tal esfuerzo sea oportuno
y factible; de hecho, constituiría una actividad complementaria a
los esfuerzos por determinar la estructura de la fuerza y sistemas de
armas requeridos para sellar la victoria en las décadas iniciales
del próximo siglo. El presente artículo reafirma la necesidad de
sintetizar los principios de la guerra y de las operaciones de no
guerra en nuestra doctrina operacional, al mismo tiempo que demuestra
los beneficios obtenidos al reconocer que los principios básicos de
la doctrina trascienden del conflicto. Como siempre, nuestra doctrina
debería prepararnos para prevalecer en la próxima guerra; no
obstante lo anterior, la próxima versión puede ser ampliada para
reflejar las lecciones que hemos aprendido desde el término de la II
Guerra Mundial.
Bibliografía del Autor:
- La Estrella de Occidente: un ensayo crítico sobre las obras de Aleister Crowley (Walter Scott Publishing Co., Londres, 1907)
- Yoga : un estudio de la filosofía mística de los brahmanes y los budistas (W. Rider, Londres, 1925)
- El generalato de Ulysses S. Grant (Murray, Londres, 1929)
- Subvención y Lee : un estudio de la personalidad y el generalato (Eyre & Spottiswoode, Londres, 1933)
- Memorias de un soldado no convencionales (Nicholson & Watson, Londres, 1936)
- La primera de las guerras Liga, un estudio de la Guerra de Abisinia, sus lecciones y Presagios (Eyre y Spottiswoode, Londres, 1936)
- La sabiduría secreta de la Cábala : Un estudio en el pensamiento místico judío (W. Rider & Co., Londres, 1937)
- La influencia de Armamento de la historia desde los albores de la guerra clásica hasta el final de la Segunda Guerra Mundial (C. Scribner 's Sons, Londres, 1945; reeditado en 1998 por Da Capo Press, Nueva York)
- La Segunda Guerra Mundial, 1939-1945: una historia estratégicas y tácticas (Eyre & Spottiswoode, Londres, 1948)
- Las batallas decisivas del mundo occidental y su influencia en
la historia, 3 vols. (Eyre & Spottiswoode, Londres, 1954-6). Una
edición de dos volúmenes, resumido por John Terraine omitir batallas fuera del continente europeo, fue publicado en 1970 por el picador.
- Volumen 1: Desde los primeros tiempos de la Batalla de Lepanto
- Volumen 2: Desde la derrota de la Armada Española a la Batalla de Waterloo
- Volumen 3: De la Guerra Civil Americana hasta el final de la Segunda Guerra Mundial
- Boney Fuller: El intelectual general por AJ Trythall (Londres, 1977)
- El mayor general JFC Fuller como teórico militar y comentarista, 1945-1966, la guerra en la Historia, 11 / 3 (2004), pp 327-357.
- Generales, por Mark Urban (Londres, 2005)
- Richard Thurlow, el fascismo en Gran Bretaña: Una historia, 1918-1985, Basil Blackwell, 1987.
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