lunes, 21 de diciembre de 2015

La Biblioteca Virtual Dr Rojas Contreras: Historias de Tanquistas Alemanes. Hannes Freiwang. Heine Huck. Radio Operador. Bernhard Himmelskamp. 29 de agosto de 1943 en Ssewsk Por Ignaz Woll


Historias de Tanquistas Alemanes.


Por Ignaz Woll



Ignaz Woll

Unterfeldwebel
Miembro Senior


Yo tenía una tripulación que funcionaba a la perfección, que se mantenía unida durante lo dulce y lo amargo, inteligentes todos como zorros.

Heine Huck, un Unteroffizier de la zona de Hamburgo, era el conductor. Nos daba lecciones drásticas de la comida del Norte de Alemania. Por ejemplo, un día nos enseñó que un trozo de pan, con un poco de margarina, junto con una pizca de mostaza y miel artificial, no sabía tan mal como parecería en un principio.

Hannes Freiwang, de Miesbach, en Bavaria Superior, era nuestro cargador. O, como él mismo se autoproclamaba, el "maestro cargador". Tan sólo trabajaba cuando era necesario, pero sus armas estaban siempre impolutas, listas para el combate. Su pasatiempo favorito era comer, y, si no teníamos nada, se lo "procuraba" el mismo. Nos podía traer el alimento más delicioso en los momentos más inesperados. Un día nos sorprendió con una vaca. Su "Schiffen" siempre marcaba un ángulo peligroso por encima de su inteligente cara.

El radio operador, que también hacía de ametrallador, era un chaval extremadamente joven de Suabia, que respondía al nombre de Bartels. Un día, fue herido por un trozo de metralla del tamaño de una cereza en la cabeza, y lo acarreó en ella, envuelta en una venda sucia, por semanas. La herida, lógicamente, se infectó, pero dijo que permanecería con nosotros, sus camaradas, que no se iría al hospital. En medio de un ataque, se lo pudo extraer de su cráneo con sus dedos aceitosos, y me lo enseñó entre dos transmisiones, diciendo "Herr Leutnant, ¿le gustaría ver mi metralla?”

El 5 hombre de mi tripulación era mi artillero, el Obergefreiter Bernhard Himmelskamp. Venía de un pueblecito del sur de Sajonia, y tenía una enorme y redonda cabeza, propia de granjero, sobre la que su gorra parecía demasiado pequeña. Le encantaba discutir, cantar canciones, algunas propias de los tiempos de nuestros abuelos. Era un compañero afable, que siempre mantenía su sonrisa y su particular humor incluso en la peor situación. Cuando fallaba un tiro con el cañón principal, se enfurruñaba consigo mismo y podía no hablar con nadie durante días. Sentía que su honor de artillero había sido atacado. Pero su enfado se disipaba con un nuevo acierto.

Era un hombre curioso. Una vez, estando de patrulla, una barrera de misiles, provenientes de algún "Katyusha", comenzaron a caer a los lados de nuestro tanque. Rápidamente, salimos del tanque y nos pusimos debajo de él. Sin embargo, Himmelskamp llegó una décima de segundo más tarde, y fue alcanzado por la barrera. Cuando "los fuegos" terminaron, nos acercamos a donde él estaba, temiendo lo peor. Allí estaba, en un cráter, revolviéndose de lado a lado, agarrándose su trasero con las manos. Cuando me acerqué, me susurró suavemente "Me han dado en el culo!". No tengo ni la menor idea del tiempo que llevo aquel trozo de metralla en "la baja espalda", tan sólo sé que rechazó cualquier visita al médico. Pero, para no tener que sufrir cuando se sentaba en su estrecha silla en el tanque, justo al lado del cañón, se ponía un paño entre el asiento y él, tan cuidadosamente, que su trasero no tocaba jamás el asiento. Le repetíamos una y otra vez que debería ir a revisar su herida, pero él tan sólo reía. Así que prosiguió cazando tanques, aunque tuviese el culo "dañado".


El "Cosselbär", el osito de peluche, era la particular mascota del I. /35. Panzer-Regiment, el batallón de los tanquistas de esta historia. Su mote (“Bären Abteilung", o batallón de los osos) era representativo de esta agradable figura, que llevaban pintada en cada tanque del batallón.



El último ataque que hicimos todos juntos fue el 29 de agosto de 1943 en Ssewsk. Los soviéticos habían podido abrise camino y romper la línea cerca, y el Leutnant Bruno Kolitsch, de la Stabskompanie del batallón, me trajo las órdenes previsibles: acompañar a los infantes a liberar una sección de la línea, ahora ocupada por el Ejército Rojo. Mi tanque sería el único tanque en atacar en ese sector.

Al principio, todo fue maravillosamente. Giramos a la derecha, con la intención de rodear a los soviéticos, y, tras 2 kilómetros, hice posicionar el tanque justo enfrente de la trinchera, de manera que pudiéramos dar cobertura de fuego a la infantería. Tan pronto como nos posicionamos, comenzamos a recibir una lluvia de fuego proveniente de toda clase de armas ligeras, y no los rifles anti-tanque no tardaron mucho en aparecer. Un afinado proyectil impacto justo en el cristal de Huck, el conductor, y fue herido en la cara. Intentando ayudar, mientras tiraba las vainas vacías por la escotilla, casi me volaron un dedo, y a Himmelskamp una bala, que penetró de alguna manera en el Panzer, le hirió en el estómago. Sin embargo, continuamos en nuestro empeño, ya que debíamos capturar aquella trinchera. Bernhard (Himmelskamp) tiraba proyectiles de alto explosivo a la trinchera, con la idea de machacar a la infantería enemiga, pero nuestros propios soldados no acababan de llegar.

Sin embargo, Himmelskamp, que aún seguía disparando sin cesar, no paraba de emanar sangre, y decidimos retirarnos hasta detrás de una pequeña loma para inspeccionar mejor su herida. Salimos del tanque, le quitamos la guerrera y la camisa, y lo vendamos lo mejor que pudimos. Pero, lamentablemente, tan enfrascados estábamos en nuestra tarea, que no vimos a 2 tanques soviéticos aproximarse. Para cuando nos dimos cuenta, y, corriendo, nos metimos en nuestro carro, ya nos tenían en sus objetivos. 2, 3 impactos, y nuestro carro comenzó a quemarse. Y los bolcheviques seguían acercándose, y estaban ya a menos de 40 metros. Himmelskamp había recibido otro trozo de metralla en el estómago, y el extremo inferior de mi pierna derecha estaba totalmente quemado. Mientras los demás escapaban de nuestro tanque por sus respectivas escotillas, yo arrastré al malogrado artillero por la escotilla de la torreta. De súbito, pocos instantes después de que yo y Himmelskamp nos posásemos, sangrantes, en el suelo, avistamos el carro del Leutnant Hans-Joachim Niede-Schabbehard, que había venido a socorrernos. El resto de mi tripulación nos llevo, bajo el fuego de ametralladora de los tanques enemigos, hasta la parte de atrás del tanque de nuestro camarada. A toda máquina, nos dirigimos a la retaguardia, mientras el Ejército Rojo nos disparaba con todo lo que tenía, no nos alcanzaron, y no hubo que lamentar ninguna pérdida, salvo la gorra del Gefreiter Knetsch, que fue disparada, cuando abría su escotilla. Rápidamente, se sumergió en el tanque y no volvió a abrirla durante el resto del viaje.

Cuando llegamos a la retaguardia, nos subieron a una ambulancia, a Bernhard y a mí, y nos condujeron a la estación de primeros auxilios. En el camino, Himmelskamp parecía estar bien, me hablaba, balbuceando, pero tranquilo. A los pocos minutos, palideció, se quedó quieto, mientras yo le miraba, desde el otro lado de la ambulancia, tumbado. Lentamente, giró su cabeza, y con una voz tenue, con la que nunca le había visto hablar, me miró, y con dolor, me tendió su brazo, diciendo: "Herr Leutnant, deme su mano, me voy a morir ahora". Su suave voz penetró en mi interior, y me quede quieto por unos cuantos segundos. Trate de hacerle sentir mejor: "Vamos, Bernhard, ¡no digas esa clase de tonterías ahora! Ya estamos, quedas poco. ¡Vas a recuperarte antes que yo! “El calló.

Acerté. Llegamos al de muy poco. Le sacaron primero a él, después a mí. Cuando me estaban conduciendo a una mesa, el médico me dijo: " El Obergefreiter Himmelskamp ha fallecido, murió en el camino". Se fue de la misma manera con la que vivió, tranquilo, callado y modesto. Más tarde, el 13 de septiembre, en Varsovia, cuando estaba recuperándome en un hospital bastante más grande, pude oír una noticia en la radio:

"El Führer ha decidido condecorar póstumamente con la Ritterkreuz al Obergefreiter Bernhard Himmelskamp, artillero en el 35. Panzer-Regiment, por su valentía y arrojo, y por la destrucción de 40 blindados"


Tomamos una posición de bloqueo algo al norte de Caen, camuflados a un lado de la carretera, que daba a un cruce de caminos. Desde allí, teníamos una excelente vista de todos las carreterillas que venían a para a nuestra posición. A nuestros lados, en el "bocage", casi invisibles, teníamos a unos cuantos infantes del Heer, que contaban además con morteros y numerosas armas anti-tanque.

Media hora más tarde de posicionarnos, avistamos, como a kilómetro y medio, una fuerte columna acorazada, que constaba de tanques, pero también de semiorugas, y carros de reconocimiento. Pacientes, sin revelar nuestra posición, esperamos a que se colocasen a un kilómetro... y disparamos sobre el primer tanque de la columna, un Sherman, acertando y incendiándolo. Algunos de los otros Sherman que lo acompañaba se salieron del camino, intentando cazarnos. Sin embargo, no nos había descubierto, y pudimos lanzar otro tiro rápidamente, con el que paralizamos otro Sherman. El resto de blindados aceleró, intentando flanquearnos. Pero cazarnos era díficil, ya que nuestra posición era extremadamente buena, y perfecta para una buena batalla...

En menos de un par de minutos, 3 Sherman más yacían, quemándose, en aquel trozo de campiña francesa. El resto de blindados se retiró hacia la columna, que sufría los estragos de los morteros pesados de nuestros infantes. Pero, sin embargo, debieron habernos localizado, pues la artillería aliada comenzó a caer sobre nosotros. Rápidamente, ordené a mi conductor, Karl, que diese la marcha atrás, para replegarnos a un bosquecillo. Sin embargo, el fuego continuó sobre nosotros, pero no salimos del Tiger. La barrera continuó por un buen tiempo, y cuando finalizó, abrí mi escotilla, y observé que la columna seguía allí, sin moverse un pelo. De pronto, un ruido ensordecedor comenzó a venir desde los cielos, y pude ver como un buen número de javos (cazabombarderos aliados, según los combatientes alemanes) venía hacia nosotros...



En un par de segundos, las primeras bombas comenzaron a caer a nuestro alrededor. Entre  el ruido infernal, los aeroplanos aliados lanzaban misiles a cualquier objetivo, disparando hacia donde sospechaban que nos escondíamos.  El suelo parecía tambalear, y con el, nuestro Tiger I, por lo que nos tuvimos que agarrar a cualquier cosa que tuviésemos al alcance para no caernos o golpearnos. Cuando, finalmente, los aviones enemigos se retiraron, pudimos comprobar cómo, maravillosamente, habíamos salido indemnes. La columna, al considerarnos eliminados, avanzó segura sobre la carretera. Sin embargo, nuestro Tiger, junto con la mayoría de los infantes del Heer que nos acompañaban, estaba al acecho. En unos pocos minutos, un puñado de vehículos más había sido destruido por nuestro cañón, incluyendo varios Sherman. Cuando la columna pareció retirarse por un instante, temeroso, abrí mi escotilla, y miré. Dos tanques alemanes, que habían venido a sumarse a la emboscada, habían sido destruidos, bien por la artillería, bien por los aviones, bien por los Sherman de la columna, y vi a la infantería retirándose, aprovechando ese momento de tranquilidad.

Sin intención ninguna de sacrificar mi tanque y mi tripulación, decidí que era mejor retirarnos, pues no quería que algún "Bazooka", que podía acercarse fácilmente por nuestra falta de escolta, volase mi preciado Tiger. Pero retirarnos y dar la marcha atrás implicaba dejar nuestro escondite, dejándonos completamente a la vista. Tan pronto como iniciamos la retirada, una lluvia de proyectiles, provenientes de los Sherman que aún le quedaban a la columna, comenzó a caer sobre nuestro blindaje frontal, rebotando en cada una de las ocasiones. Sin embargo, uno o dos obuses impactaron en los flancos, dañando el guardabarros blindado y las orugas. De pronto, el motor empezó a tronar con sonidos sin precedente, pero ordené al conductor que prosiguiéramos marcha atrás. Justo entonces, fuimos a caer, marcha atrás, colina abajo, lo que fue alucinante. Sin embargo, habíamos terminado en un campo completamente abierto, por lo que ordené al conductor que siguiéramos en nuestra particular retirada. El Tiger, al contrario, no podía moverse, pues una oruga se había salido, rota. Contacté con mi oficial al mando y le expliqué la situación, mientras el resto de la tripulación oteaba, aterrorizados por que los aliados nos pillasen en esa situación, inmóviles y con casi ninguna munición. Dijo que nos sacaría de allí. Pero, efectivamente, los primeros elementos de la columna nos alcanzaron. Tras agotar toda nuestra munición, fuimos alcanzados en un flanco, y tuvimos que abandonar el Tiger I, ya en llamas, y correr por nuestras vidas hasta la retaguardia, mientras los "Tommies" nos disparaban desde sus tanques.


Fuentes:

Historia extraída, a su vez, del libro "Knight's Cross Panzers - The German 35th Panzer Regiment in WW II"

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